miércoles, 17 de septiembre de 2014





La cuestión no es el pecado, sino descubrir que podemos vencerlo y, mejor, borrarlo de nuestro corazón. Pero, más importante aún es descubrir que Jesús, el Hijo de Dios Vivo, es quién tiene poder para hacerlo.

Sin embargo, nuestra prepotencia, soberbia y vanidad nos impide verlo. Y es más, nos eleva por encima de los demás, de tal forma que los consideramos pecadores indignos de mezclarse con nosotros.

Sólo Jesús nos enseña, nos da fuerza y sabiduría para, desde nuestro corazón, transformarnos en hijos agradecidos, arrepentidos y humildes.

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