Se nos nubla la mente. El horizonte se oscurece y todo parece desmoronarse sin remedio. Nos sentimos solos y derrotados. Sin fuerzas ni capaces de enarbolar un pensamiento ni articular palabras. Sólo vemos el camino para huir y alejarnos. Sentimos la derrota y sólo queremos desahogarnos y llorar.
Todo se nos ha venido abajo y perdemos el rumbo y el sentido de la vida. Entonces buscamos una mano amiga capaz de entendernos y darnos consuelo, pero sólo encontramos remedios que, a lo más, ponen parches a nuestra situación. Es el momento de darnos cuenta que no estamos solos y que el Espíritu de Jesús Resucitado está con nosotros, y Él sí da respuesta a nuestra tragedia.
Porque ha venido para consolarnos y para revelarnos el Amor del Padre que nos espera y nos abre su Casa para acogernos en el gozo y la paz de su amor.
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